lunes, 7 de mayo de 2018

LA NOCHE MAGICA


Por Alfonso Navalón
Hay un verso antiguo que no se por qué se me quedó enredado en las telarañas de la memoria cuando sólo era un adolescente y empezaba a sentir el escepticismo de los viejos. Ahora que ya soy viejo, el recuerdo de aquellos versos me traen tentaciones de sentirme joven. Decían así: «Me conmueve saber que estamos juntos/ tú la que no has vivido todavía/ y entre muerto de siglos que, impaciente/ se cambia de ilusiones cada día»... En esta noche de soledades, cuando apagué la lumbre sospechando que no iba a poder con la tristeza de quedarme solo entre este inmenso silencio del campo, salí a cumplir rito de cenar con los viejos amigos de Logroño que vienen a verme desde hace más de veinte años en este puente de La Purísima.


Cuando levantas la vista del plato y piensas en el vacío de los muertos que se fueron y miras a los que llegaron jóvenes entonces, y que seguramente alguno ya no volverá al año que viene, te dan ganas de salir huyendo entre las tinieblas sin saber dónde ir porque a donde quiera que llegues te vas a encontrar más solo todavía. Pero el pueblo se ha llenado de gente joven que busca la locura de la noche para engolfarse entre la copa y la lujuria, y te vas a matar tus melancolías sin darte cuenta que el pelo blanco ya no tiene sitio entre aquel bullicio, ni los estragos de tus ojeras pueden ya mirar ese brillo vitalista de la orgía juvenil que te rodea. De pronto me deslumbró tu pelo dorado y el fulgor de tus ojos claros. O el bordado florido de la blusa que envuelve tus pechos desafiantes. Todavía no me explico por qué dejaste la corte de adoradores, o al ganaderillo macarra que intentó incluirte en su lista de necias amantes.

Parecía un milagro que te quedaras conmigo para espantar esta noche de melancolías. Y sin embargo, pasaron las horas y las copas y tú seguiste a mi lado, ignorando a los que te devoraban con los turbios deseos de la madrugada. Me hablaste de tu único amor frustrado, de tu violín, cuando derrochaste cuatro años de tu vida en la bohemia de la farándula por esos escenarios, hasta que acabaste en un despacho de funcionaria cambiando el violín por el ordenador. Y sentí el cálido apretón de tus manos, sabiendo que ya no soy más que una ruina gloriosa que vive de los recuerdos y que con esta edad ya no puedo hacer el ridículo de buscar el fresón de tus labios. Nos dijimos adiós serenamente. Mañana te irás con tu pandilla a esas correrías sabáticas y seguramente dejarás tu carmín en otros labios. Ni te pedí el teléfono ni recuerdo tu nombre. Ni voy a preguntar dónde vives. Seguramente no nos volveremos a ver.

Pero si cae en tus manos esta hoja del periódico, quiero agradecerte, desde las fronteras del olvido, ese calor tuyo al entregarme el mensaje de tus manos. Por lo menos para sentir la vanidad de ser el más envidiado de la noche. Seguramente tú también serías, al día siguiente, la más criticada del pueblo por perder tu noche mágica junto a un pobre viejo con el corazón lleno de cicatrices.

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